Una vida dedicada a Chile

Entrevista inédita, enero de 1988

Juan Antonio Massone del Campo

 

Oreste Plath, ha hablado de tantos otros; sus libros dejan libre la voz cotidiana e íntima del pueblo; numerosas iniciativas suyas han beneficiado a tantos y a tantas. Es hora de que nos preocupemos de él como centro de interés de indiscutible valor, porque más allá de sus ochenta años, sentimos que su persona y su obra entregan esa humanidad generosa que, por existir, hace crecer a los demás.

Pero ¿Quién es Oreste Plath?

J.A.M.: ¿Por qué este seudónimo?

O. P.: Entre los años 25 y 29 escribía con el nombre de César Octavio Müller Leiva, lo hacía en revistas. Recuerdo que la última en que escribí por entonces, se llamaba don "Fausto" usé en esa el seudónimo de "Dragón Rojo". Pero cuando pensé editar un libro de poemas busqué un nombre distinto al mío. Era el tiempo en que el cine y la literatura presentaban a actores y autores de un nombre y un apellido. En Chile ya figuraban Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y Pablo Neruda.

Entonces enfilé en esa costumbre.

Mi seudónimo buscó ser algo que tocara mi sensibilidad y hallé en el recuerdo el nombre de una cuchillería que usábamos en casa. En el mango decía Plath. Eso estaba en mi mente, como estaba el olor del cajón del pan en él trinche; del mismo modo recordaba la argolla de la servilleta; o, como esos conejitos de anís que se servían en la hora del té.

Respecto del nombre me gustaba mucho el de un barco italiano, que era el mismo de un artista de teatro de cámara Oreste Caviglia. Con él conocí lo que era el teatro de cámara. Pues bien, asocié este nombre con esas dos realidades e, incluso, con el mito de Orestes y Electra. Los fui uniendo y me dije: como es seudónimo puedo inventarlo, y le suprimí la s. Nació Oreste Plath.

J.A.M.: Inició usted su presencia en las letras chilenas publicando Poemario junto a Jacobo Danke.

O.P.: Llegué a Valparaíso en 1928. Participé allí en grupos literarios. Primero se llamó "La Capilla Minorista" y, luego, "Grupo Gong". A ese grupo se acercó un joven alto que escribía versos muy bellos, a la vez que era ya entonces gran lector de César Vallejo.

Había leído -como todos en nuestra época- grandes obras. Entonces se leía muy buenos libros. Por ejemplo, los grandes autores rusos, la revista de Occidente y otros como Panat Istrati.

J.A.M.: ¿Quién era ese joven?

O.P.: Aquel joven se llamaba Juan Cabrera Pajarito. Pensé que el suyo era un nombre muy largo y, al igual que el mío, no podría quedarse en la mente de los lectores. Por lo demás, pensamos publicar, en colaboración un libro de versos. Apareció entonces Poemario (1929). Cada parte contuvo diez poemas. Como nadie nos conocía, él me presentó a mí y yo a él. Allí estrenó su seudónimo: Jacobo Danke. Ambos quedábamos con un apellido.

J.A.M.: Pero luego aparecía otro libro de versos.

O.P.: Unos jóvenes me invitaron a publicar un segundo libro: Orlando Cabrera Leyva y Genaro Winet, hacían unas publicaciones que llamaron "Ediciones Indo". En la programación de su sello se contemplaba una obra de Rojas Jiménez y otra mía, pero sólo alcanzó a aparecer mi libro: Ancla de espejos (1936)

Luego seguí preocupado por la literatura e hice una antología de poetas: Poetas y poesía de Chile (1943). Antologué a varios autores que el tiempo confirmaría en sus respectivos valores. Entre ellos, incluí a Neruda, aunque el ya se había iniciado con gran prestigio.

J.A.M.: Tengo información de que años más tarde, en 1946, publicó otra antología: Luciérnaga, dedicada a los niños…

O.P.: Sí, fue una selección de textos de poetas chilenos.

J.A.M.: Pero, ¿cómo se despertó en usted la pasión por el folklore?

O.P.: Recordé mis viajes de niño que se prolongaron hasta la edad de 18 ó 20 años.

Recorrí varios países por razones del trabajo de mi padre, pues era cónsul. Yo siempre oía hablar de Chile. Por entonces apareció, en esos días, un pariente que me dijo: tienes que hacerte cargo de una revista. Yo soy gobernador marítimo y tengo intensiones de organizar la Marina Mercante. Esta persona era Luis Delaunoy. La revista –dijo- se llamará "Nautilus" y será el órgano oficial de la Marina Mercante. Pasé entonces a dirigirla y con ello tuve la oportunidad de viajar por todo el país, desde Arica a Magallanes. En vacaciones pude ir a Isla de Pascua y a Juan Fernández.

J.A.M.: ¿De qué trataron sus primeros trabajos de folklore?

O.P.: Los primeros trataron de la graficación animalista en el habla popular. Después vinieron los relatos, las comidas y aspectos del arte del pueblo. Entonces comencé a trabajar con cinco o seis materias. Pasó el tiempo y ya no tuve dudas de que mi especialidad iba a ser el folklore. Hice unos cursos de esa materia y se me comisionó para atender un servicio acerca del conocimiento de Chile ofrecido por la Universidad y que era dedicado a estudiantes extranjeros en escuelas de temporada. De esta manera fui sumando experiencias y saberes, hasta convertirme en un incondicional de nuestro país, en el sentido de su conocimiento.

J.A.M.: ¿Por entonces comenzó la publicación de guías turísticas de Ferrocarriles del Estado?

O.P.: Efectivamente, se me invitó a participar en la confección de esas guías. Primero con un pequeño aporte y, gradualmente, hasta convertirme en el autor de esas publicaciones en los aspectos populares.

J.A.M.: Pero tengo entendido que su experiencia contempla también un perfeccionamiento internacional…

O.P.: Sí, obtuve una beca al Brasil, Estudié literatura y folklore. Tuve allá mis mejores profesores en esta materia y adquirí un conocimiento científico de estos temas. De esta experiencia se publicó: O pregao chileno (1944) y Museos y Aspectos del folklore en el Brasil (1945).

J.A.M.: Usted ha recorrido muchas veces Chile. Tal vez unas treinta y cinco veces…

O.P.: Así, es, aunque hay lugares que los he visitado diez o quince veces, pero siempre repito que lo he recorrido treinta y cinco veces.

J.A.M.: Oreste, ¿Qué es para usted el folklore?

O.P.: Bueno el folklore está definido en el estudio de la Antropología, ciencia que se divide en física y cultural. El folklore es parte de esta segunda. Para mí consiste en la realidad popular: el hacer, el pensar, el gesto y, en fin, la vida misma del pueblo.

J.A.M.: ¿Cómo se investiga todo eso?

O.P.: Hay varios métodos que dependen del tema investigado. Por ejemplo, la entrevista y los medios técnicos que ayudan y pueden modificar bastante el tono y espontaneidad de los informantes. Pongamos por caso, mejor un micrófono oculto, pues elimina el nerviosismo de quien canta o narra. Bueno, esto es una sonda lanzada al fondo del pueblo; entonces se obtienen muchas medidas sociales. Si deseo investigar acerca de la comida, hay que enterarse de los presupuestos, ya que esto determinará lo que se come, habrá que saber si ocupan productos zonales y estacionales o consumen otro tipo de alimentos. Me interesa desde las minutas de los restoranes populares hasta la basura, porque en ésta puedo ver los elementos desechables, como serían bolsas de té, harinas, tarros de conservas, etc… aparte de las entrevistas que hay que hacer en distintos niveles.

J.A.M.: ¿Qué importancia tiene la bibliografía para una investigación del folklore?

O.P.: La mitad del trabajo se realiza en el escritorio; la otra, en terreno. Hay que tener un respaldo antes de viajar a los diferentes sitios. Saber desde la toponimia. Tal es el caso de Requínoa, lugar donde crece la quinoa. Se comió en la época precolombina y fue muy importante, ahora bien, ¿por qué no sigue consumiéndose?…

J.A.M.: ¿Se ha progresado en la investigación del folklore en Chile?

O.P.: Creo que en América, Chile ocupa un lugar importante en la investigación de estos estudios. A comienzos de siglo, los profesores alemanes Hanseen, Lenz y otros crearon y animaron un equipo de estudiosos. Julio Vicuña Cifuentes, Maximiano Flores, Ramón A. Laval, Francisco Javier Cavada y algunos más formaron esas primeras generaciones de investigadores. Ya en 1910 se habló de realizar un congreso de folklore. Estos estudios concluyeron hacia 1912 ó 1914. Pasa el tiempo y hacia 1929 ó 1930 comienzan a realizarse estudios en el Pedagógico. Hubo muchas ceremonias, pero quedaron allí, pues a los estudiantes no les interesaba el folklore como especialidad permanente, si no lo hacían para alcanzar un título de profesor de historia o de literatura.

J.A.M.: ¿Y en cuanto a usted?

O.P.: Fundé una institución que se llamó "Asociación folklórica chilena" en la que participó gente como Carlos Lavín. Esa fue dependiente del Museo Histórico Nacional. Se ingresaba a ella mediante la presentación de un trabajo. Muchos de aquellos fueron valiosos.

J.A.M.: ¿Cómo son y qué preparación tienen las personas dedicadas al folklore?

O.P.: Yo divido a los estudiosos entre los que tienen formación científica y los aficionados. A los primeros pertenece, por ejemplo, el Dr. Yolando Pino, quien, innegablemente, es el que más sabe en lo que se refiere al estudio de los cuentos, tanto chilenos como americanos. Para ello utiliza una técnica de asombro. Hay otros investigadores como Manuel Dannemann, Juan Guillermo Prado, Manuel Peña Muñoz, Juan Uribe Echavarria, María Grebe, Raquel Barros, Margot Loyola. Pero, lo más conocido como folklore es la rama del espectáculo que yo no la estudió.

Pienso que puede ser interesante el transporte folklórico, la proyección, pero a mí me interesa la realidad popular. Esto lo digo, claro está con todo el respeto por la gente que realiza ese tipo de trabajo.

J.A.M.: En relación con Folklore del carbón ¿qué significó para usted, esa cercanía con el pueblo anónimo durante una larga temporada de convivencia con él?

O.P.: Desde luego sufrí un gran impacto al ver Lota Bajo y Lota Alto. En esta se encuentra la organización carbonífera y en la otra vive el pueblo como en cualquier lugar. El contraste es muy fuerte. Lota Bajo me da la impresión de humedad. Yo viví en los dos sitios. Fui cogiendo lo técnico y lo popular de esa vida. Bajé a la mina, estuve en ella durante varias horas que fueron de angustia. Yo no trabajaría allí. Comprendí cuál será la angustia de ese hombre que tiene que trabajar ocho horas y saber que puede temblar, que los amenaza el gas grisú, saber que puede haber una explosión como en todas las minas de carbón del mundo. Yo no viviría allí, no podría soportarlo.

Fui captando esa manera de vivir del hombre soterrado. Entonces uno acepta muchas cosas cuando las comprende. La gente dice por ejemplo, el pueblo bebe, es bebedor. Bueno, lo hace indudablemente. Pero allí uno se da cuenta que el vino es necesario.

Por otra parte, los muchachos que terminan sus estudios esperan el servicio militar o la mayoría de edad para trabajar en la mina. Entonces, los hijos van heredando el destino de sus padres.

Ahora bien, yo fui a ver el aspecto folklórico de la mina, más que el social propiamente, lo que yo cogí de la realidad incide en lo sociológico, pero no se confunde con eso. Además quise mostrar lo que es la mina actual y no esa visión que tiene la gente cuando se bajaba a ella con canarios u otros elementos por el estilo. Fui a hacer un libro para el público; no para eruditos. Siempre trato que mis obras sean comprensibles para el mundo lector, intento acercar la realidad lo más ordenada posible y tal vez eso hace que mis libros puedan leerse con facilidad.

Oreste Plath, un hombre de ochenta años muy jóvenes en quien el entusiasmo por vivir alcanza a cuantos le conocen directamente y al mismo tiempo entrega a quienes pueden leer sus obras, mucho de ese temblor afectivo que ha puesto en su caminar por Chile. Dejo aquí estas páginas como un saludo de admiración, afecto y respeto por el amigo y por el investigador.


© SISIB - Universidad de Chile y Karen P. Müller Turina