Oreste Plath y la cultura popular de Chile

Juan Antonio Massone

Homenaje rendido en la ceremonia inaugural de la Escuela de Temporada 1997 de la Universidad de Chile el día 13 de enero 1997 en el Auditorio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Campus Central Andrés Bello.

 

MEMORIA DE UN HOMBRE ASOMBRADO

Dos motivos son razones de mi alegría de hoy. Motivos que, desde ya comienzo por agradecer públicamente. Uno, disponer durante algunos minutos de esta tribuna prestigiosa que es la Universidad de Chile, máxime cuando no soy docente en ella y, también, por la ocasión tan especial que significa el principio de una escuela de temporada, cuando se reúnen tantas personas que desean aprender, compartir y revisar los siempre provisionales conocimientos de que se dispone en el ejercicio profesional o en el más amplio acervo de inquietudes e intereses, a partir de los cuales búscase vivir más acorde al sueño que, de modo vago o lúcido, nos acompaña en formas anhelantes o en lineamientos mostrencos los diversos estadios de la vida.

El segundo motivo de regocijo es la necesaria evocación de Oreste Plath a que me enfrento. Amigo y maestro, toda una persona que, desde su ser y su quehacer, mostró la concreción jubilosa de quien hallara en la existencia un gran amor al que supo consagrar cada jornada. Desde los pasos que la noche sabe descansar hasta los más inquietos del día le encaminaron proyectos y logros más o menos arduos, más o menos reconocidos, pero, de toda forma, fueron expresión cabal de llevar a buen término sus trabajos y los días, según el feliz rótulo de Hesíodo, y en su caso consistió en vivir entusiasmadamente desde el afecto.

Oreste Plath brindó, en este sentido, y aún este breve tiempo de aparente ausencia lo confirma, un ejemplo de auténtica vocación en el más cabal de los significados; convite, llamado. No trepidó su entrega resuelta, aunque escogió el camino más difícil: la dignidad de los libres. No tuvo afección a la componenda que reparte dádivas y famas adventicias. Quizá en ello estribe la causa principal de los escasos reconocimientos oficiales de que fuera objeto, pues con la excepción de la Universidad de Antofagasta, (1988) de la Universidad de Concepción (1995) y de la Municipalidad de Santiago, (1995) el escrutinio de sus méritos corrió por cuenta de particulares.

Y bien, si a la convicción de vivir queriendo lo que hacía, se le añade el necesario reverso de que hizo lo que gustó vivir, podremos entender el motivo libertario con que acompañaba y enriquecía a los demás con su generosa actitud de desprendimiento alegre. Sin saberlo, encarnó esa formulación tan sabia de San Agustín hoy y siempre tan peligrosa a los malabaristas del consumo y a los consumistas compulsivos, cuando escribió hace más de 1600 años: "es preferible tener menos necesidades que más cosas".

Oreste no tuvo casa propia, ni zapatos con cordones, ni automóvil, ni reloj, ni biblioteca excesiva. Tenía lo que era y era lo que amaba.

Si bien, frecuentemente los cultivadores de letras y de ciencias, de filosofías y de artes, demanda de los demás comprensiones trabajosas y, en más de un caso, minan los terrenos de los acercamientos a ellos y a ellas, postergando a la distancia el beneplácito de sus aportes, es claro que el caso de Oreste Plath fue distinto.

Como todos, nuestro amigo tuvo dos vidas. Desde luego, César Octavio Müller Leiva (Santiago, 13 agosto de 1907) fue el fruto de dos tradiciones y, por ende, dos maneras de actuar y de sentir. Por línea paterna, tuvo en su progenitor a un ríspido e inflexible censor, quien aplicaba con acritud un sistema de sanciones que oprimían el natural impulso expansivo de sus hijos, pero siendo Oreste el mayor, se ganaba siempre la más dura reprimenda, pues "La vida ha sido cruel contigo ya que te hizo el hijo más grande y, por lo tanto, debes responsabilizarte de lo que hagan tus hermanos", decíale para justificar el consabido castigo.

A pesar de ello, pero sin menguar jamás la congoja que le provocaba el recuerdo, reconocía beneficiosa cierta herencia germana que en su vida y trabajo se le transmitió y expresó en un inclaudicable sentido de responsabilidad y de perseverancia, cualidades con las que afrontó, fecundamente, congojas y pasiones.

Empero, del lado materno recibió esa afabilidad con que no se cansó de acoger a los demás. Fue un queredor, como gustaba calificarse o, mejor aún, cuando decía: "Me he pasado la vida queriendo".

Le escuché tantas veces evocar a su madre, esa mujer que aprendió "a llorar con un ojo y con el otro a reír". Era su "animita" a quien se encomendaba cada vez cuando sentíase rebasado por las circunstancias. En razón de ello invocamos su presencia en las postrimerías de nuestro amigo; a ella pedimos se aproximara, solícita, a recibir a su extenuado hijo quien, maduro ya para el viaje, clamaba descanso y acogida sin menguas.

Aunque el tema específico corresponda, en esta oportunidad, al aporte suyo al estudio y difusión de la cultura popular de Chile, es ineludible subrayar de su personalidad los rasgos fraternos, entusiastas e ingeniosos. A este último respecto ironizaba de sí: "Mire, el viejo Müller está enfermo, pero Oreste Plath es muy joven todavía". Cuando en 1992 le nombraron Hijo Ilustre de la Comuna de El Bosque, confidenció a algunos su temor de recibir similar galardón de Putaendo. Reía y hacía reír. Clasificaba el deterioro físico femenino diciendo: "Muchas mujeres no envejecen, sino que embrujecen". En una ocasión, estando yo de visita en su casa y luego de ser recibidor con auténtico afecto por él, me dijo: "Es necesario atender bien al invitado, por ruin que éste sea".

Pero las visiones y memorias exclusivas pueden ceder al entusiasmo tan propio de la emoción o de la indulgencia, por aquello de que el morir sofrena la capacidad crítica. Precaviéndome de ello cedo la palabra a quienes le conocieron a lo largo de años y de tratos en las más heterogéneas circunstancias.

El crítico de arte José María Palacios escribió: "A Oreste Plath lo traté por más de cuarenta años. Alternamos en la antigua bohemia santiaguina, en viajes por el norte o el sur, en una esquina o un café. También en su hogar". Y agrega más adelante: "Oreste Plath fue espíritu noble y generoso. No escatimaba esfuerzos en sus investigaciones y su constancia en ellas está testimoniado en la casi increíble cantidad de sus escritos. Personalmente yo aún me sorprendo de lo acucioso que pudo ser, de lo sagaz que fue para desentrañar tanta riqueza de nuestro folklore".

Margot Loyola, conocida folklorista y Premio Nacional de Arte, recordó: "Fue maestro mío. Trabajamos juntos durante años en las escuelas de temporada. Su generosidad era increíble; abría sus archivos. A mí me los abrió en Buenos Aires, donde quizás es más conocido que aquí; porque a él se le conoce mucho en Latinoamérica. Hizo del folklore un apostolado" (...) "Siento mucho que haya muerto sin recibir un premio importante".

En Biblioteca Nacional, sobre todo en la sección de Referencias Críticas, fue un asiduo investigador que orientaba a estudiantes, periodistas y estudiosos de las letras. Juan Camilo Lorca, actual jefe de la mencionada sección y gran amigo suyo, dijo: "A Oreste lo recordaremos con alegría. Sobre todo por su generosidad, que tocó a tantos. Y su corazón inmenso de trabajador infatigable".

Justo Alarcón, otro amigo de la Biblioteca, expresó: "Hay hombres que dan muy poca luz, y otros que dan una luz brillante. Yo creo que Oreste, que lo dio todo, fue una llamarada".

Por su parte, Ernesto Livacic, Premio Nacional de Educación, evocó así su presencia en la Academia Chilena de la Lengua: "Nos brindó invariablemente la lealtad del amigo, la proximidad del hermano y la afectuosidad del padre, el señorío del maestro y la ejemplaridad del sabio honesto con su conciencia, consecuente y transparentemente modesto".

Hombre de especialidades, pero abierto humanamente el trato de artistas, escritores, periodistas, colegas suyos y educadores, amen de tantos y tantas personas del anónimo pueblo. Ese trato le fructificó en conocimiento vital de todos ellos, base fundamental de ese arsenal memoralístico suyo si se trataba de reproducir situaciones de variado carácter, más que de precisión absoluta de data.

Conoció a la mayoría de los escritores más importantes del país, de quienes hay trazos y sabrosas referencias, como asimismo de pintores y de otros artistas, en su todavía inédito libro "El Santiago que se fue, Apuntes de la memoria". Este libro lo empezó en 1986. Debido a ese conocimiento no estaba dispuesto a transformar a la mayoría de ellos en eso que la pechoñería culturalista gusta inventar a despecho de toda proporción y acuerdo con las verdades más elementales. El tuvo tiempo de ver y de oír muchísimo. Nadie podía contarle cuentos al respecto. Descreía de lo que él llamaba "animitas literarias". Como Rilke, sabía que la fama "es un conjunto de malos entendidos".

Como entusiasta que era, Oreste participó en muchas instituciones: Alianza de Intelectuales, fue co-fundador del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, (1941); Director de la Sociedad de Escritores de Chile; profesor universitario; Director del Museo de Arte Popular (Cerro Santa Lucía); Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua (1982-1996); fundó y presidió la Agrupación Amigos del Libro (1976-1985), por medio de la cual se reanudó una tertulia sabatina en el local de Librería Nascimento, en calle San Antonio, publicó el Boletín Bibliográfico Literario, de distribución gratuita y en cuyas páginas se daba cuenta de las novedades chilenas impresas en el país como en el extranjero; a él se debió la serie de los "¿Quién es Quién en las Letras Chilenas?", 47 breves autopresentaciones de escritores nacionales; posteriormente, animó durante un lapso más breve una tertulia en Librería Zamorano y Caperán.

Desde luego, esta nómina de participaciones tan fecundas no es exhaustiva. Acéptenla en calidad de muestras provisorias. Más reparen en que nada de eso le redituó más allá de la naturaleza propia del organismo y del carácter propio del quehacer realizado. Esa dignidad nacida de la honradez fortaleció su estatura de hombre confiable.

Pero si de Santiago dejara recuerdos, también pudo -si el tiempo fuese más benigno- escribir otro tanto de Valparaíso. De hecho, en el puerto publicó, junto a Jacobo Danke, "Poemario" (1929), su primer libro; en dicha ciudad dirigió "Nautilus", revista de la Marina Mercante; y las más literarias "Puerto" y "Gong", ésta última albergó colaboraciones internacionales. En la Quinta Región (Quillota), fue publicado su segundo libro de poemas: "Ancla de Espejos" (1936). A partir de Valparaíso conoció Chile. Se embarcó en buques de cabotaje y orilló el litoral extenso del país con asombro creciente.

Ejerció en el puerto una especie de cargo consular de escritores y artistas. Como siempre fue eje de muchas actividades durante el tiempo que vivió en Valparaíso. Siendo muy joven trató a Huidobro, de Rokha, D’Halmar y otras tantas personalidades que, de tanto en tanto, recalaban entre sus atenciones. Con todo, la experiencia de un gran amor marcó su memoria hasta el final. Recibió de ella un regalo muy especial: en la tapa interna del reloj decía: "Toda mis horas son tuyas". Sólo que esas horas no conocieron eternidad y el final del idilio le provocó un enorme desgarro afectivo que le llevó a viajar hasta el Perú. Pero esa es otra historia.

Meses antes del fallecimiento de nuestro amigo le visitó una dama de mediana edad, hija de aquel amor juvenil, quien, junto con comunicarle el fallecimiento de su progenitora, solicitó de él algunas palabras que acompañarían un homenaje familiar a aquella. Transido de emoción escribió una página que me diera a leer; en ésta advertí latires de su fiel memoria junto a la venia solemne del caballero que también se despedía de este mundo.

Suspendamos momentáneamente la evocación biográfica para acercarnos al tema que le identificara por excelencia: la cultura popular.

 

CONSTANCIA DE CHILE

Aunque desprovisto del conocimiento profundo de las materias en las que fue sobresaliente Oreste Plath, me parece de justicia recordar, someramente, algunos nombres señeros que han nutrido las filas de los entusiastas observadores y difusores de las vertientes autóctonas y populares de nuestro país.

A los mismísimos Pedro de Valdivia y Alonso de Ercilla, sin duda los primeros propagandistas de ciertas bondades territoriales, es preciso añadir aquí los nombres de algunos cronistas: los jesuitas Alonso de Ovalle, Diego de Rosales y el Abate Molina; el agustino Gaspar de Villarroel, obispo de Santiago cuando acaeció el famoso terremoto de 1647; Francisco Nuñez de Pineda y Bascuñán y varios otros que mostraron en sus letras las bondades de la tierra, su increíble paisaje, los atributos de sus gentes, las costumbres, los giros idiomáticos y todo aquello que atañe a la entraña y al alma de un país naciente.

Pero la vida conoció algún acomodo posterior y tal ímpetu revelador cedió el puesto a obras legislativas, canónicas, teológicas, filosóficas que, indudablemente, buscaban responder a otros énfasis. Por eso mismo, hubo de esperarse llegara el clamor nativista de Lastarria, la reapertura de la mirada hacia lo propio, y la aparición de un grupo selecto de devotos entusiastas para reemprender y ampliar los registros de expresiones preteridas entre tantísima refriega e importaciones foráneas, prejuicios del racionalismo y desdén clasistas.

El hecho es que durante la vieja pugna entre civilización y barbarie que tan bien se representa en "Facundo" de Sarmiento y, luego, en muchas novelas continentales, el estrato de cultura popular fue asignado sin más el segundo término de tal discordia. Así, la expresión del pueblo debió resignarse, en el ámbito académico, a la franja excepcional de algún atípico y desafiante estudioso; en tanto la calidad implícita en el marbete civilizatorio constituía de facto sinónimo de superioridad, progreso y buen tono.

En el reparo de dicha antinomia no dejo experimentar nuevos motivos de escozor que puede resumir, en beneficio de la brevedad, en esa inveterada pretensión de copia y de cosmética que, hoy por hoy, entona palinodias a un desarrollismo fenoménico que nada quiere con la naturaleza, ni con la contemplación; que desdeña por igual mayores recursos a la investigación científica como también a la justicia más elemental. Esa mentalidad colonizada hace de la transacción absoluta el fundamento de toda actitud social y humana, desparrama en los "medias" una propaganda exitista que, invariablemente, nos lleva a concluir que el mundo entero obtiene su apoteosis de la compra y venta; por ende, fomenta la insolidaridad, el hedonismo necesariamente ególatra y de corto alcance, esrime entre nosotros una palabra que, en sus labios deshechables, es una promesa a la vez que finalidad niveladora para las más disímiles realidades. Ese vocablo repetido es un adjetivo que califica, determina y sanciona la supuesta bondad de un libro, de un espectáculo, de una jornada, de un programa, de un proyecto: todo debe ser entretenido en una sociedad que, mayoritariamente, no se percata de lo urgente transformar la comodidad solitaria de sus nichos en ámbitos donde quepan otros.

Una de las primeras condiciones de esa transformación es conocer, o sea, co-nacer desde la condición primordial que nos corresponde. Y aquello sólo es dable cuando se tiene en cuenta el ser convivencial, como tan lúcidamente lo ha reflexionado desde hace medio siglo nuestro pensador Félix Schwartzmann y, más recientemente, Humberto Giannini. Asomarse y examinar la expresión humana en su heterogeneidad es una base ineludible que no puede defraudar si en ella se aprehenden las dimensiones más auténticamente vivas y, entonces, sin traicionar o impostar en ella voces ventrílocuas o falsetes que más hablan de artificios que de entidades ciertas, el saber se convierta en el sabor de nuestro peregrinaje.

Ese sentido fecundo, y más allá de especificidades establecidas en cada caso y en cada sector respecto de la realidad popular, muestra el esfuerzo y el trabajo de estudiosos de lo vernáculo. Personas tan ilustres como Rodolfo Lenz, Julio Vicuña Cifuentes, Ramón Laval, Tomás Guevara, Roberto Hernández, Carlos Keller, Antonio Acevedo Hernández, Yolando Pino Saavedra, Eugenio Pereira Salas y Juan Uribe Echavarría formaron una avanzada sin parangón entre nosotros. A ese grupo perteneció Oreste Plath.

Pero, a riesgo de mis desconocimientos, creo necesario ampliar el elenco de folklorólogos con los nombres de Manuel Dannemann, Margot Loyola, Raquel Barros, Bernardo Valenzuela, Antonio Cárdenas, Fidel Sepúlveda, entre otros. Sin duda, en varios de estos últimos dejó su impronta benéfica nuestro homenajeado.

 

UN FERVOROSO DE CHILE

Se equivocaría en su juicio quien viera en Oreste Plath sólo a un hombre de anécdotas e ingenios, contenidos y rasgos que poseyó en abundancia, por demás. Erraría al confundir en él ausencia de artificios con espesor feble de su ingente saber.

Por el contrario, sus 35 periplos a lo largo de Chile y la atención registradora y comprensiva en vista de cada expresión y de cada síntoma de vida surta en el pueblo deberían, por sí solas, desalentar toda calificación de él y de su trabajo en términos tan mezquinos como descuidados.

Cierto, su aprendizaje no lo refrendó mediante títulos universitarios, porque fue un autodidacto, como también lo fueron en nuestro país personas tan importantes como Joaquín Edwards Bello o Gabriela Mistral. No obstante, dedicó gran parte de su vida a aprender. Como he recordado en otra parte: "Realizó estudios acerca de folklore americano en Brasil, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay y Chile. Sus investigaciones contemplaban dos facetas complementarias: visita en terreno y consulta bibliográfica. Su atención era amplia, pero selectiva; general a la vez que minuciosa. Cada sitio o manifestación específica de cultura le deparaba un sin fin de indicios significativos. Hablaba con la gente, pero husmeaba también en rincones, tarros de basura y grafitis. Nada desestimaba ni tenía por mudo. Se esforzaba en mostrar lo vivo de cada tema, esto es, al ser humano en sus razones y sentimientos más arraigados que dejan al descubierto lo íntimo y entrañable del vivir comunitario y personal".

Muchas veces le oí decir: "Todo lo que sé se lo debo al Pueblo". Y ese reconocimiento tributario subraya su lejanía de cualquier hervor de postizo intelecto. Por eso era celoso en denunciar cuanto se alejara de las fuentes originales de lo real, entendiendo por ellas a esa unión de ser humano y paisaje, tema éste desarrollado en su discurso de incorporación a la Academia Chilena de la Lengua, en 1982. En dicha intervención realizó, una vez más, un periplo completo por nuestro país. Fue haciendo visible la imposición natural, los oficios y el lenguaje propio de cada sector y región, reveladores todos de una manera de ser terrestre y de su correspondiente proyección cósmica.

Escribió: "El paisaje estructura al paisano, pago y paisano se complementan. Se lleva impreso el paisaje que tocó en destino, y cuando el paisaje y el hombre se corresponden y se unanimizan, surge una lealtad al medio. El paisaje condiciona el alma del hombre. El medio y el ser tienen una correspondencia sostenida, así como los edificios que se colocan en un paisaje deben tomar el ritmo de éste y aunarse de él.(...)

"El medio enlaza al hombre con el lenguaje. Cuando el chileno lo hace de la pampa, la montaña, el campo o el mar le da animación, personalidad y los considera como compañero o compañera y se le da también en el lenguaje. El mundo en que vive, lo entrega por y con su lengua como una suma de contenidos espirituales.

"El chileno tiene un modo de hablar, según la manera de afrontar las dificultades de la geografía. Habla sumido en su paisaje habitual. Verifica el paisaje, no lo presiente". (Boletín de la Academia Chilena Nº 66, 1985 p. 236)

Desde esa convicción, Oreste Plath elaboró sus trabajos acerca de la cultura popular. Entendió a esta como la manifestación de un fondo común de saber y de quehacer del pueblo: el folklore. Pero puso muchísimo cuidado en advertir que, en lo que aparece como manifestación vernácula exclusiva, comparte muchas veces con otros pueblos, un origen y un sentido más universal.

Valoraba el modo de vivir y sus manifestaciones en tanto ello era revelación auténtica, necesaria y casi fatal del pueblo. Abominaba, con resuelta molestia, de las que juzgaban muestras espúreas del folklore, fueran ésas "huasos que viven en departamentos", "teatro bailable de los escenarios", o "dirigismos de expertos", como irónicamente ejemplificaba.

La cultura popular reconoce un proceso muy largo de racionalización que, en el tiempo, remonta ancestros insospechados y que no se esfuerza más que en corresponder al ritmo natural o a la lógica de uso y supervivencia, de expresión ingenua que suele transmitir sus moldes y saberes mediante un fuerte vínculo familiar o, en todo caso, a través de una práctica que tiene mucho de herencia, acepta algunos nuevos giros, pero principalmente se respalda en la observación, la vivacidad, el rigor de la vida, el respeto del pretérito, la paciente manualidad tanto como el ingenio oral, la modulación espontánea o la natural aceptación de lo extraordinario.

Pero tengamos cuidado de no confundir indebidamente términos y formas de expresión. En su trabajo "Arte popular y artesanías de Chile" (1972), el autor establece diferencias que, por extensión, sirven para comprender el espíritu y lindes de lo que hablamos.

"La diferencia de arte popular y artesanía -escribe Oreste Plath- está cuando ese mismo individuo, artista, orienta su impulso activo hacia un fin utilitario, es decir, cuando lo que ha venido siendo una necesidad ocasional y desinteresada se transforma en oficio lucrativo, sus posibilidades artísticas se reducirían en la medida de que su libertad de creación resulta comprometida por las exigencias de las nuevas condiciones ambientales".

Y más adelante agrega:

"La artesanía implica, pues, el dominio de un oficio técnico racional; también la subdivisión del trabajo y la noción de salario pagado a los obreros". Esto último, agregó, en caso de establecerse una industria de artesanías. Con todo, importa entender del arte popular un existir sin intención de agradar a otros, sino de expresar lo propio. El arte popular no se desclasa, ni se busca hacer de lo suyo un negocio.

Bástenos, en esta oportunidad, la caracterización general de cultura popular expuesta, pero que en sus líneas gruesas orienta la comprensión diferenciada de formas y expresiones que es menester perfilar sin equívocos.

No menos enérgica, la calificación de folklorólogo y no de folklorista que reclamaba insistentemente para sí. Al ser estudioso y no quien hacía o creaba las diversas manifestaciones de cultura tradicional y popular, le convenía sólo la primera condición. Por lo tanto, Oreste Plath fue un folklorólogo. Afortunadamente, luego de fallecer, no se cumplió su antiguo temor de que alguien titulara la noticia de su deceso con el consabido: "Anoche murió al último folklorista".

Se apuntó más arriba la notoriedad del entrañable enlace de personas y paisaje expuesto, por el autor, como principio heurístico de la chilenidad. Otro aspecto no menos complejo que estudiara fue la originalidad de una expresión y su consiguiente transculturación o radio de influencia en otros sitios y en otros tiempos. Así, por ejemplo, su famoso libro "Folklore Chileno" (1962) compila la creación literaria viva en el pueblo, desglosando su contenido en aspectos relevantes. Un mosaico amplio conforman: personajes populares, habla, folclor urbano, leyendas, tradiciones, casos, faenas camperas, juegos, folclor infantil, religioso, musical y cantares. Es decir, distintas vertientes de la palabra.

Recopilado el material en ambientes diversos, consultada una abundante bibliografía útil a la necesaria comparación de versiones, establecía orígenes de un aspecto o de otro, desalentaba apropiaciones entusiastas de quienes olvidaban las diversas herencias culturales que nos conforman y, acompañaba cada capítulo con notas y pertinentes fuentes consultadas. Su empeño mayor era la fidelidad, no el invento personal.

Lo dicho respecto de "Folklore Chileno" reza también para los demás libros. Muchos de ellos alcanzaron varias ediciones y, es bien sabido, que ha sido lectura recomendada por el Ministerio de Educación y fuente dadivosa y servicial para quienes desean acercarse a los veneros folklóricos.

 

UNA CLASIFICACIÓN POSIBLE DE SUS LIBROS DE FOLKLORE.

Cuidadoso, pues, de lo que él llamaba "santidad de fuentes" no interfería en el espíritu y fisonomía de sus informantes. Además, mantuvo muy alerta la consciencia de propios límites de trabajador cultural. "Me interesa mostrar, ser fiel a lo visto y oído, sin agregar al Pueblo lo que él no es", me expresó una vez.

La producción bibliográfica relativa a lo popular acepta una clasificación inicial que, aunque laxa, responde al criterio de proyección territorial de las materias tratadas. Un somero examen de contenidos de los principales textos resguarda de cualquier intervención excesiva de mi parte y, a ustedes, les asegura una más fiel cercanía a nuestro autor.

 

a) OBRAS CUYOS TEMAS ABARCAN A CHILE.

Folklore Chileno: La primera edición data de 1961; la más reciente de 1996. Siete ediciones. Su contenido ya fue registrado más arriba.

Geografía del mito y la leyenda chilenos: Tres ediciones entre 1973 y 1996. Como en varios de sus libros, la reedición de éste lleva el sello de Edit. Grijalbo, así muchos de sus textos principales conocieron el apoyo y tipografía de la desaparecida Editorial Nascimento.

De acuerdo a su rótulo, esta geografía ordena con prolijidad el rico material de oralidad narrativa vivo en nuestro país. El autor compila distintas versiones de mitos y leyendas correspondientes a cada una de las antiguas provincias chilenas, agregando al fin de cada uno de los capítulos elementos de leyendario y toponimia.

Folklore religioso chileno: Dos ediciones: 1966 y 1996. En verdad, esta segunda aparición del libro corresponde casi a otro. En efecto, los últimos tres años, Oreste Plath trabajó en el enriquecimiento de sus textos. Naturalmente contó con la ayuda de otros, de entre quienes destaca Hernán Torres Moris, persona de gran energía y paciencia, quien le colaboró con extraordinaria dedicación.

Este libro comprende los siguientes aspectos de la expresión popular de la fe: Santos patronos, terapéutica, folclore mágico-religioso, la muerte y el sentido religioso popular, relaciones por razón de parentesco, paremiología, toponimia, hermandades de baile y calendario religioso-folklórico, amen de las consabidas fuentes de consulta.

Lenguaje de los pájaros chilenos: Aparecido en 1976 con sello de Nascimento, este curioso libro contiene las siguientes materias: 68 semblanzas de pájaros, jaula de pájaros; leyendas y cuentos, Navidad de las aves, las aves en la canción popular, las aves y los poetas populares, inventario de creencias y ornitomancia.

Permítaseme a propósito de este libro un recuerdo: en 1977 viajamos a Linares un grupo de escritores. Oreste era, sin duda el más entusiasta. Manuel Francisco Mesa Seco y familia nos recibieron en su casa y, luego, en un campo de su propiedad. Como escucháramos trinos y gorjeos y quisiésemos identificarlos, nuestro amigo sirvió de intérprete. No satisfecho con eso, se premunió de una botella que friccionó de maneras diversas con un corcho, produciendo similitudes al canto de las aves. Estas, al escuchar el saludo o llamado de una que creyeron de las suyas, se acercaban hasta posarse en los árboles más próximos, circunstancia que nos permitió conocerlas.

Así de curioso era nuestro amigo.

Folklore Lingüístico Chileno: La primera edición data de 1981; la segunda, está "ad portas".

Como los demás, esta obra resulta servicial y sorprendente por la naturaleza tan vívida de sus contenidos. Paremiología: orígenes de cien refranes utilizados en nuestro país: "A calzón quitado"; "Con camas y petacas"; "El pago de Chile", "Estar hecho un quique", "Talca, París y Londres", "Para el pago de los bomberos", entre tantos otros. Luego, se ofrecen algunas comparaciones populares: "No tener ni Cristo", "Tan ancha, Ña Pancha"; luego se ofrece un dilucidario de oraciones, dichos y giros idiomáticos populares y, finalmente, numerosas locuciones.

Folklore Médico Chileno: Del mismo año del anterior, 1981, este libro recoge numerosas investigaciones a este respecto. Recordemos que Oreste Plath trabajó durante varios años de profesor de antropología, en cursos de post-grado, en la Escuela de Enfermería de la Universidad de Chile y en una similar dependiente del Servicio Nacional de Salud, además de la Escuela de Obstetricia. También fue asesor de Antropología Cultural en el Sub-Departamento de Educación sanitaria del ya mentado Servicio Nacional de Salud, entre 1955 y 1962, lapso en el cual publicó varios trabajos acerca de medicina folklórica.

La obra en cuestión trata de innúmero de aspectos, entre los cuales destacamos: medicina natural, aspectos antropológicos de madre-hijo; habla, prácticas y creencias; boticas y recetarios antiguos; terapéutica mágica y refranero odontológico.

No siempre es fácil obtener la información o la debida apertura y confianza de personas del pueblo. Naturalmente, él se las ingeniaba. Por ejemplo, en una ocasión escribió en un baño público lo siguiente: "¿Qué nombre tiene el miembro masculino?". Al cabo de algunos días regresó y obtuvo algunas respuestas muy interesantes.

Aproximación histórica-folklórica de los juegos en Chile: Acaso sea éste el libro más íntimo y afín al autor. Según le escuché, el tema le creció a lo largo de toda una vida, hasta que, el fin, pudo regalárselo con intensa emoción, pues debido a los prejuicios de su padre, fue un niño que apenas jugó.

Esta obra fue la última publicada por Editorial Nascimento antes de jubilar sus históricas prensas, en 1986.

Su contenido trata de: canciones de corro, romances, juguetes, juegos de niñas y niños, juegos de prenda, de azar y cálculo, de esferas y destrezas de adultos y otros temas.

L’Animita. Hagiografía folklórica: Fue el último de los textos que podemos considerar de concurrencia nacional. La primera edición estuvo a cargo de Pluma y pincel, en 1993; la segunda, de Grijalbo, el año reciente. Esta obra fue pórtico de una serie de publicaciones nuevas y de textos reeditados, ya de folklore, ya de otros tópicos.

Explica la concepción de animita en el pueblo, el culto que reciben y las razones de ello. Expone 33 casos de animitas chilenas.

 

b) OBRAS DE TEMAS REGIONALES.

En beneficio de la brevedad mencionaré únicamente sus títulos: Santuario y tradición de Andacollo (1951); Algunos aspectos de la tecnología araucana (México, 1955); Aportaciones populares sobre el vino y la chicha (Cuyo,1962); Folklore alimentario (1966); Arte tradicional de Chiloé (1973); Regionalización de las artes populares chilenas (1979); Referencias folklóricas de la VII Región (1980); Folklore y arte popular de Pica y Matilla (1970); Aporte folklóricos sobre el tejido a telar en Chile (1970); Arte tradicional de Chiloé" (1973); Folklore del carbón (1991); "Chiloé. Mundo Fantástico" (1995); Leyendas regionales VIII Región (1995).

Otro criterio clasificatorio podría obedecer a los temas estudiados. Enumeraremos solamente las materias y ejemplificaré con trabajos no mencionados hasta ahora, sean ellos libros o folletos.

Los temas son: Lenguaje: Grafismo animalista en el hablar del pueblo chileno (1941); Costumbres y tradiciones chilenas: Juegos y diversiones de los chilenos (1946); Baraja de Chile (1946); Medicina popular: Antropología y salud (1958); Religiosidad; Mitos y leyendas; Arte popular; Flora y fauna; Temas varios.

Como quiera acepte ordenarse su obra, nadie podrá negarla, ni obviar su presencia. Tampoco los ecos de una persona y de un personaje como Oreste Plath será anulado por las modas, pues como dijera el escritor Fernando Quilodrán: "hay una forma Oreste de inclinarse hacia las flores de la tierra. Una forma Oreste de investigar el canto de los pájaros. Una forma Oreste de mirar las manos del artesano. Una forma Oreste de asomarse, respetuoso y amante, a la memoria, oculta o postergada, del pueblo".

Y, al fin, teniendo presente el límite de toda paciencia, quiero decir que de personas sin relevo como Oreste, sólo es dable hacerles un poco de justicia cuando se las vive en el afecto y gratitud de estudiarlas, difundirlas y publicarlas con el propósito de compartir con muchos la perennidad de un trabajo y de un afecto que, en su caso, tuvo a Chile popular en el centro de su latido. Y de eso deberá enterarse cada rincón del aire que abraza a nuestra tierra en sus gentes y en sus horizontes.


© SISIB - Universidad de Chile y Karen P. Müller Turina