Recuerdo y valorización de Oreste Palth. Juan Antonio Massone A un año de su muerte, se llevo a cabo el 24 de julio 1997 en la Sala Ignacio Domeyko de la Casa Central de la Universidad de Chile, un homenaje al escritor y folklorólogo Oreste Plath. Convocaron a él, la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, Bibliotecas, Archivos y Museos, la Sociedad de Escritores de Chile y la Academia Chilena de la Lengua.
Ser, quehacer y modo de realización conforman una comunidad trinitaria indisociable en toda vida humana, pero con mayor evidencia resalta su sentido unitario cuando aquélla sostiene y manifiesta la tarea cotidiana de quien vuelca en ella el máximo de sus posibilidades llámense éstas talento, pasión, ahondamiento y paciencia, rasgos que, en el caso de nuestro amigo y siempre recordado Oreste Plath, alcanzaron calidades de excepción. ¿Qué hace a una persona volver sobre sus pasos, o bien, decidirse a tentar nuevos rumbos cuando, como fue su caso, se había iniciado en la literatura con auspicioso porvenir? Quizás, sin saberlo, un pariente suyo, Luis Delaunoy, le amplió litorales y horizontes de Chile al invitarla a la dirección de la revista "Nautilus", órgano de comunicación de la Marina Mercante. A partir de entonces, promediando los años treinta, Oreste Plath desplegaría sus caminatas y viajes, en número no inferior a 35, por nuestro país. Su trashumancia física y mental le convirtió en hombre quijotesco. Debía andar, indagar, tocar el mundo, escucharlo, reproducir coreografías del alma como son las mil y una manifestaciones genuinas de un pueblo. Probablemente su andariega labor nació con él, ya que durante su infancia vivió en Bolivia y Argentina, posteriormente fue becario en Río de Janeiro, en 1943, amén de otros viajes que realizó, por motivos de trabajo, en Europa. Como aquellos personajes legendarios, sus periplos a lo largo del país conocieron de aprendizajes y de pruebas que hubo de sortear, con imaginación y fortaleza, porque el vellocino que buscaba no era otro que el alma de Chile. No existe inquietud sin que ella haga del movimiento -físico o mental- su aliado. Frecuentemente, el inquieto es un inconformista, por demás nada renuente a dejar comodidades y fáciles expectativas con tal de administrar remedio, emprender itinerarios y enfrentar desafíos. El inconformista es alguien que vive más allá de la hora cansina. Pero, como en toda categoría humana, algunos hacen de sus desacuerdos un rezongo tan infecundo como avinagrado; en cambio, otros arriesgan el mucho más de sus vidas por el incierto galardón de una verdad clarificadora y de una fisonomía más nítida de la realidad o de una versión más justipreciada de aquella porción de existencia sobre la cual se inclinan. Esta segunda clase de inconformistas son aquellas personas a quienes transforma la pasión generosa, los sueños encadenados de proyectos, el ansia de aurora que aprende a olvidar fracasos y pretericiones, porque la realidad que indagan o pretenden crear rebasa, en mucho, el pequeño apetito o la contrariedad en que declinan los mediocres. Oreste Plath trabajó mucho, pero simultáneamente fue hombre capaz de afecto espontáneo y perseverante. Sometido a pruebas exigentes del vivir, fue todo "un queredor", como se autodenominaba; en una palabra, alguien en quien lo vivo tuvo mucho más albergue que la paralizadora y autorreferente amargura. ¿No es esa capacidad ejercitada por él como un lema, una fe puesta en la existencia a pesar de todo, la razón más importante de la virtud de su quehacer? En él, la tarea de Chile era materia de estudio, de rescate, de divulgación. Gustó de todo: comidas, vestuario, habla, creencias, geografía. A cada una rindió el vívido tributo de lo que es verdad, belleza y vinculación expresiva, inclinándose sobre la tierra o aprestando su oído a la palabra de los informantes. Lo rural y lo urbano chilenos concretaron en libros interesantes y amenos. Pero su labor no se avino únicamente a entusiasmo de compilador. En Oreste Plath el trabajo de Chile fue aprender a ejercitar convivencia. Metódico en sus investigaciones, honrado en el uso y acuso de fuentes, veraz en la entrega de sus materiales, todo ello fueron virtudes que culminaban o se complementaban en la tertulia amena, en los miles de invitaciones que cursó su vida. En otro escrito me he referido al contenido y característica de los principales libros que debemos a Oreste Plath. Como se sabe, publicó textos de literatura y de folklore. Se inició junto a Jacobo Danke, en 1929, cuando publicaron en Valparaíso Poemario. Años más tarde, 1936, apareció Ancla de espejos, del mismo género poético del anterior. Además contribuyó a la difusión de nuestra lírica, sendas antologías: Poetas y poesía de Chile, 1941, Luciérnaga, selección dedicada a los niños, 1946. Siempre en el campo literario, dio a conocer una valiosa recopilación: Alberto Rojas Jiménez se paseaba por el alba, 1995. A la cultura popular pertenecen muchos libros y folletos. Recordamos aquí algunos: L´Animita, Hagiografía folclórica; Folclor religioso chileno; Geografía del mito y la leyenda chilenos; Lenguaje de los pájaros de Chile; Folclor médico chileno chileno, recientemente reeditado por Editorial Grijalbo, lo mismo que Folclor lingüístico chileno; Aproximación histórica-folclórica de los juegos en Chile. el próximo año reaparecerá Baraja de Chile, libro de tradiciones. Durante este año de ausencia física del autor, que hoy se cumple, su hija Karen y algunas otras personas han desarrollado un ingente trabajo de ordenación de los materiales y libros dejados por Oreste, algunos de los cuales están presentes en las librerías. Asimismo, se le han tributado algunos homenajes permanentes en la audición "Que lindo es Chile", de Radio Minería, programa conducido por Raúl Palma Vera; el nombre de nuestro amigo rótula un círculo cultural quillotano y pronto lo llevará también la primera biblioteca dedicada a nuestro folclor. Buen lector, no hizo de los libros fetiche ni sucedáneo como quienes no saben o no quieren vivir de frente. Conoció a gran parte de los escritores chilenos de este siglo, pero desde el entusiasmo de quien sirve a los demás, comparte momentos significativos y les propicia posibilidades. Los "¿Quién es quién en las letras chilenas?", creaciones suyas, ascendieron a un número cercano a la cincuentena, y las revistas: Gong, Puerto y Boletín Bibliográfico literario fueron tribunas que compartió. Por eso, nada más ajeno de la cicatería intelectual o gremial, nuestro amigo fue agente de iniciativas culturales, un contador de casos, anécdotas y buen representador mimético de mucha gente. Constancia, humor, generosidad constituyeron algunas de las más importantes cualidades renovadas de las cenizas de las penas y las zozobras. Desde luego, tenía sus mañas y recurrencias que, a más de algún desprevenido pudo parecer desapacible o discordante con la figura esbelta del señor "del gorrito", como algunos le conocían en sus salidas por calles céntricas. De tal identificación -solía utilizar en invierno un gorro de piel- reía con alguna sorna, lo mismo que desconfiaba de ciertas dedicatorias en libros obsequiados por diversos autores, las que terminaba por arrancar de los volúmenes y, luego de reunirlas en número suficiente, enviábalas a empastar. Libertario por excelencia, hizo de las cosas sus servidoras y sabía desprenderse de ellas con soberanía de señor. Repetía y se jactaba de prescindir de automóvil, casa propia, cordones en los zapatos y uso de reloj. No conoció otra militancia que trabajar con independencia. Abominaba de componendas y repartía admiraciones al quehacer y recta actitud de personas disímiles de ideas, pero de conductas irreprochables. Le escuché elevadas ponderaciones de Pedro Prado y Gabriela Mistral, por ejemplo, o reconocer las positivas labores de Amanda Labarca, Juvenal Hernández, don Roberto Hernández, entre otros. Sus admiraciones fueron la mujer y el pueblo. A éste reconoció deberle lo que sabía; de la mujer, sintió ese principio alentador que le llevaba a entusiasmarse y a esgrimir su caballerosidad y picardía de consuno. Poco antes de fallecer, al referirse a una dama que le visitara, luego de inquirir alguna información sobre ella, me confidenció interrogante: "¿Cree que tenga alguna posibilidad?" Ameno, cada vez que le llevé a un establecimiento educacional, cautivó al auditorio. Reía y hacía reír. A poco comenzar sus charlas la gente se incorporaba a los temas propuestos con esa naturalidad que se despierta cuando lo dicho corresponde al ser o al conocer genuinos. Mucho le ayudaba en esto la ductilidad que imprimía a su habla. Vocablos tales como "ancianato" o "besódromo" ejemplifican lo dicho. Académico de la Lengua desde 1982, su aporte en la comisión de lexicografía mostró las cualidades ya dichas. Su vívido conocimiento de matices y especificidades fue garantía en el trabajo académico que enriquecieron el diccionario oficial y el futuro del habla chilena. Pero no se crea que todo le fuera liviano en la vida. Le escuché recuerdos que asoman lágrimas y regresan congojas como si fueran presentes, porque quizás jamás alzaron vuelo de la memoria sensible. Pero a fuer de representarle penas indelebles, inclinaba la balanza del lado positivo. "No he tenido tiempo de envejecer", declaró a los ochenta años. "En la vida existen momentos tristes, pero son más los buenos", solía decir. De pronto planteaba el tema de su valor personal más íntimo. "He tratado de ser digno y honrado", confesaba. Más de una vez le respondí que su generosidad, su actitud responsable y su espíritu servicial eran virtudes sólidas y que todo lo demás correría por cuenta de Dios misericordioso. Aunque le costaba aceptar, en un principio, su declinación, subrayaba gratitudes y entendió la posibilidad cada vez más cierta de que morir no significa únicamente un acto de anonadamiento ni clausura. Pero Oreste era siempre Oreste, Después de conversar con un sabio sacerdote, pidió brindar con el religioso. Como expresara inconmovible ternura y afecto por la memoria de su madre, de quien decía era "su animita", su protección en los momentos más difíciles, de ese afecto de hijo me serví para convocar su presencia benéfica en las postrimerías terrenas de nuestro amigo, pues me fue concedido estar junto a él en el trance de desprenderse, por fin, de la fugacidad y del sufrimiento. "Amigo Massone, tanto que demora la muerte", había dicho poco antes. La inmediata invocación a su madre y las plegarias dichas con grande afecto ayudaron a calmar el desasosiego y se durmió. Lo dicho lleva impresa mi gratitud por haberle podido acompañar, tal vez de ayudar un poco a reconfortarlo, porque por muchos motivos pude sentirlo como una de las presencias más benéficas que se me han deparado hasta ahora, como un padre. Y eso es muy grande, es muy hondo, es muy fortalecedor en un mundo que vive en el eclipse de una cronología, pero que sobre todo trafica con zumbonas idolatrías y se complace en diseminar necrofilias ilustradas y de las otras, porque acaso ha desestimado, en sus inepcias y espíritu de "Cambalache", eso que se llama convicción, afectividad y entrega, tres actitudes que sobreabundaron en Oreste Plath. Oreste fue hombre de vida y esta existencia dejó en calidad de tal. Como quería don Francisco de Quevedo, cuando escribió: "Morir vivo es la última cordura", fue la cordura de una obra de quien no enluta, sí anima el alma de Chile y reaparece en cada quien sabe coger su testimonio de trabajador fraterno |