La SECH en el  homenaje

Fernando Quilodrán

A un año de su muerte, se llevo a cabo el 24 de julio 1997 en la Sala Ignacio Domeyko de la Casa Central de la Universidad de Chile, un homenaje al escritor y folklorólogo Oreste Plath. Convocaron a él, la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, Bibliotecas, Archivos y Museos, la Sociedad de Escritores de Chile y la Academia Chilena de la Lengua.
Reproducido en la Rev. Pluma y Pincel Nº 178, enero 1998, p. 33.

 

Señoras y señores:

Ya está el gran buscador refugiado en el tiempo. Allí lo abandonamos, hace justo un año, al momento de su partida. Hoy podemos contemplar con serenidad esta vida "de labores y esperanzas".

Y si a su muerte fuimos a llorarlo, porque así lo exigía la sinceridad de nuestro dolor, venimos hoy a celebrarlo.

El investigador, el folklorólogo eminente, el erudito, el maestro, será evocado por quienes tienen voz autorizada para ello. En la Sociedad de Escritores de Chile, cuya representación traigo esta tarde y de la que fue Oreste Plath esclarecido dirigente, él es por sobre todo un artista de sensibilidad exquisita, amor sin condiciones y cultivada lucidez, que encontró en lo profundo de los territorios del pueblo las marcas sutiles que dibuja en su conciencia el tiempo.

Y supo descifrarlos, y al convidarnos su inteligencia nos convidó a nosotros mismos, revividos al contacto de lo que nos constituye, y que tanto negamos al tolerar invasoras corrientes que afectan nuestra identidad. Lo cual indica una amputación de nuestro ser.

Poeta, lo fue desde su primer libro, escrito en 1929, y poeta quedó hasta su última página.

Sabía él, con la certeza de una intuición poderosa y de una práctica rigurosamente reflexionada, que el mundo de lo individual es el verdadero mundo del arte. Y por eso su búsqueda incesante no fue de esencias ni leyes generales, sino de ese tesoro irrepetible que portan en su memoria y en sus hábitos los hombres concretos que conforman la humanidad que les cupo compartir.

"El día 16 de julio de 1960 llegó el gañan José del Carmen Valenzuela Torres a los desolados campos de Nahueltoro (Triste Toro)". Así comienza el capítulo del Chacal de Nahueltoro en L´Animita. Y escribe Oreste Plath: "Había entrado un anciano en la carcél y mataron a un muchacho de 24 años, era analfabeto y cesaron a un analfabeto, era sin oficio y terminaron con un artesano, era un bebedor y le quitaron a la vida a un abstemio, era un esmirriado físicamente y redujeron a la nada a un deportista, era ignorante de todo principio religioso y pusieron fin a un ser de acendrado espíritu cristiano".

¿Quién fue José del Carmen Valenzuela Torres? ¿El Chacal, autor de seis homicidios; o el otro, reformado durante los dos años y siete meses de encierro en la cárcel de Chillán?

Su pregunta es por el hombre, pocas veces tan flagrante en su condición de ser social como en este bandido hoy legendario. No lo fijemos, parece decirnos el maestro de ciencia enamorada, en el momento más bajo de su oficio terrestre. Esperémoslo, cuidémoslo y observémoslo con cuidados de compasivo naturalista.

Porque si es vario el paisaje de la especie, también y más lo es el de cada uno de sus individuos. ¿Qué podría ser, a qué alturas podría alcanzar esta falible criatura, si algún día la historia le ahorrara los condicionamientos negativos que lo someten al permanente riesgo de negarse? ¿En dónde reside lo más profundo del hombre? ¿Dónde, "los Cristos de su alma"?

Para conocerlo, Oreste Plath aúna a la herramienta severa de su oficio, el calor de su mano tendida hacia las doloridas realidades del mundo.

Es a partir de ese descubrimiento esencial del ser humano en su variedad infinita, que pudo el riguroso científico fijar las grandes líneas de su concepción de la historia de la sociedad y, en el centro de ella, del hombre.

Porque Oreste Plath concebía el alma humana, no a la manera de Plotino, que la quiso "excelentísima", sino real y terrestre, histórica y social. Y no fue esto un a priori: es así como la halló en su práctica inseparable de hombre de ciencia y de arte.

Y en lo que es en apariencia "informe", ¡porque se está formando!, no vio él "cosa fea y apartada de lo divino", sino la expresión de lo que siempre exaltó como merecedora de los mejores cuidados: la condición humana.

En el fondo, lo que este poderoso filósofo logró en su búsqueda prolija fue nada menos que aislar el movimiento de la conciencia; alcanzar, como si se tratara de las fuentes mismas del Nilo, el fondo de barro y néctar donde se forman y legitiman, así el mito y las leyendas, como las verdades de la carne y el espíritu.

Crítico de su tiempo, no se restó Oreste Plath a los requerimientos de la historia cuando tocó ésta a su ventana. Trabajador incansable y sistemático, no hizo suya, tampoco, la imagen del seco erudito que no ve, más allá del marco de su vigilia estudiosa, sino vulgaridad y estorbo.

Cultivó las letras y las amó con las artes, no sólo en cuanto herramientas de su oficio, sino como fuentes en sí de placer.

Su gusto exigente no le impidió gustar de las flores que se crecen silvestres a la orilla del camino. Sólo quedaron arcanas para él, la vanidad que se autosatisface de lo nimio, y la improvisación que se toma por talento.

Y, eso sí, entregó a manos llenas su amistad y su gusto de la vida. Y como sabio que era, supo gozar de lo simple, y con esa actitud de alma salió por los caminos a interrogar, socráticamente, por la verdad que cada uno encierra en sí mismo, liberándonos con liviana ironía y amoroso método de las capas de falsa cultura o de humillante olvido que nos impone el vano colectivismo de mercado.

"La vida -la sentencia es de Nietszche- sólo tiene valor como fenómeno estético". Y si el fruto de los desvelos de este gran trabajador fue una cumplida obra de ciencia y de arte, también su vida es un momento estético que se nos ofrece, hoy, magníficamente desplegado en la perspectiva abierta por su silencio.

Permítanme que repita lo que dijimos hace un año, cuando sostuvimos que es natural llamarlo Padre de la Patria, piedra basal de nuestra nacionalidad:

"Hay una forma Oreste de inclinarse hacia las flores de la tierra. Una forma Oreste de investigar el canto de los pájaros. Una forma Oreste de mirar las manos del artesano. Una forma Oreste de asomarse, respetuoso y amante, a la memoria, oculta o postergada, del pueblo".

Precioso patrimonio, éste que nos deja en herencia el Maestro Optimo, porque de él nos nutriremos para resistir un asedio que nos afecta en la médula de nuestra intimidad: la lealtad que cada uno se debe a sí mismo, y sin la cual es fingimiento toda comunión, y no es cierto el amor.


© SISIB - Universidad de Chile y Karen P. Müller Turina