El Adiós Al Maestro

Fernando Quilodrán
Director de la Sociedad de Escritores de Chile

Discurso pronunciado el día de su funeral en el Crematorio del Cementerio General de Santiago de Chile, el día 26 de julio de 1996.
Publicado en semanario El Siglo, Santiago de Chile, 2 de agosto al 8 de agosto de 1996, p. 21. Sin el nombre del autor.

 

Quiere la Sociedad de Escritores de Chile cumplir el deber doloroso de despedir a uno de los más grandes y queridos de los suyos, el admirable hombre de letras que fuera Oreste Plath.

"Conócete a ti mismo", reza la sentencia inaugural de la aventura del pensamiento humano. Invitación a ser, conjuntamente, sujeto y materia del conocimiento, que pocas veces ha sido asumida con tan lúcida pasión como en la obra de este eminente hombre de las ciencias y las artes.

Porque no se llega a tan alto grado de eficacia en la búsqueda, si al instrumental del hombre de ciencia no se añade el apasionado amor por el ser humano y la sensibilidad del artista. Y no en vano estamos hablando de un poeta, cuyo primer libro, en 1929, fue "Poemario", escrito en colaboración con Jacobo Danke.

Respetuoso de la verdad y sabedor de que no llega a ella sino a fuerza de despreciar lo superfluo, este Maestro de generaciones fue ante todo un espíritu crítico, una mirada abierta a lo nuevo, pero sabedor de que muchas veces la más extensa novedad no es sino una vieja verdad que yacía oculta por el prejuicio, el menosprecio o la ignorancia, esos vicios del hombre que él combatió con fino humor y la porfía del trabajo.

El hombre de hoy, en alta proporción ciudadano de la urbe, separado de la naturaleza y hasta despreciador de ella, no se sabe, se ignora. Solicitado por las modas, olvida que, en cuanto pasajero en un mismo río, sólo él no es efímero.

Y Oreste Plath, al investigar en la conciencia del hombre, nos convidó como fruto de su larga jornada nuestra propia condición. Fue, en ese sentido, un gigantesco creador de hombres. Quienes estén atentos a su voz, se hallarán en esa continuidad esencial de la especie en el tiempo, en sus cambios que asumen la tradición y la reinstalan en el espacio nuevo.

¡Qué vasto el territorio de este hombre infatigable! Su prodigiosa jornada no cabe en estas palabras: libros, artículos, conferencia; participación en congresos y reuniones; docencia impartida como una pasión a la que nunca quiso resistirse.

Quiso al pueblo, a quien sirvió desinteresadamente y a quien reconocía como su maestro esencial. Y no fue blando con los que anteponen los artificios a lo auténtico, la vanidad a los valores. Conocedor profundo de la historia, de la que fue protagonista y actor esencial, doctor en pueblo, Oreste Plath no se restó jamás a los que entendía sus deberes de ciudadano. La Sociedad de Escritores de Chile lo tuvo entre sus dirigentes, como lo había sido de la legendaria Alianza de Intelectuales de Chile, y de otras instituciones fundamentales de la cultura nacional.

Ha sido, por más de medio siglo, el investigador por antonomasia del folklore chileno, que equivale a decir del alma de su pueblo. Por todo eso y por la limpidez de su vida, es natural llamarlo Padre de la Patria, piedra basal de nuestra nacionalidad.

Como tal, ha sido reconocido y recogió admiración y respeto. El mismo, en su humildad, bien sabía el valor de sus preciosos aportes. Nos deja una lección de trabajo, de rigor, de lealtad y consecuencia. Respondió, así, a la que tal vez sea la más alta misión del hombre: hacer de su vida una obra lograda. Crearse a sí mismo.

Y por eso hay una forma Oreste de inclinarse hacia las flores de la tierra. Una forma Oreste de investigar el canto de los pájaros. Una forma Oreste de mirar las manos del artesano. Una forma Oreste de asomarse, respetuoso y amante, a la memoria, oculta o postergada, del pueblo.

Ya no lo vemos, tal es nuestro destino, inclinado con fervor en las señales que para otros son mudas pero que a él le hablaban el sencillo lenguaje de los limpios de espíritu.

No lo verán la Biblioteca Nacional, las calles de Santiago, la Casa del Escritor. Las ciudades y aldeas de Chile. Oreste Plath inicia el largo, interminable viaje por la memoria de los suyos. Quienes tuvieron el privilegio de conocerlo, testimoniarán de su presencia de caballero de una edad de oro: la que él vino construyendo para todos y de la que fue feliz anticipo su porte gentil.

Comienza en paz tu recorrido en el reposo eterno, Maestro infatigable.


© SISIB - Universidad de Chile y Karen P. Müller Turina