ABRAZO DE MEMORIA Y GRATITUD

por Juan Antonio Massone

Discurso pronunciado el día de su funeral en el Crematorio del Cementerio General de Santiago de Chile, el día 26 de julio de 1996.

Publicado en el diario El Rancagüino, Rancagua, Chile, 29 de julio de 1996, p. 3. y como "Oreste PLath: Amigo del Pueblo" en diario El Centro, Talca, Chile, 4 de agosto de 1996, p. 2.

 

Creo que nuestro amigo Oreste Plath aprobaría el encabezamiento de mis palabras al escucharme decir respecto de su partida: "La delantera no más nos lleva". Sin duda, el espíritu sabio y popular de tal enfoque es consonante con quien fuera caminante, de Chile sobre todo, y un adelantado o, al menos, un testimoniador de muchos senderos de nuestra geografía humana.

Mentiría si digo que siento concluido a Oreste. En rigor, una persona que hizo del afecto y del aprender vivo sus divisas principales, no muere, se transforma. Además, quién, como él, fue capaz de sintetizar en pocas palabras sus actitudes fundamentales: "En la vida hay buenos y malos momentos, pero deben gravitar mucho más los buenos". Por eso mismo no podía extrañarme cuando, hace unos pocos días, me dijo: "Me voy contento de mi vida".

De sus numerosos libros pido prestado el título de uno de ellos: Baraja de Chile para alzarlo sin cálculo ni esfuerzo con el propósito de hacer presentes algunas cifras y algunas tintas con que la vida extendió el regalo de su presencia. Descreo de santidades por el ineludible hecho de morir, pero en la tarde de toda existencia humana sólo adquiere peso verdadero lo que viene del corazón. Esa es la medida final y definitiva.

Oreste Plath fue hombre generoso. ¿Cuántos y cuántas supieron de sus iniciativas que, invariablemente, favorecían la biografía y la bibliografía de poetas, novelistas, dramaturgos y cultivadores de la literatura del folklore? El Quién es quién en las letras chilenas, el boletín bibliográfico, las tertulias de las librerías Nascimento y Zamorano y Caperán lo tuvieron como principal animador.

Con Oreste Plath era tan fácil conocer lugares donde compartir una comida. Hacía de los encuentros un motivo de festejo que, la mayor de las veces, eran de su iniciativa. Un señor en la dádiva y un conversador de ilimitadas anécdotas, recuerdos, datos y obras. Por sus palabras memoriosas paseaban en persona los más curiosos personajes y aquellos otros que, para la mayoría, apenas si eran nombres al frente de libros.

Pude escucharle de Pedro Prado, de Gabriela Mistral, de Vicente Huidobro, de Pablo de Rokha, de Alone, de Pablo Neruda y de tantos y tantas escritores y artistas. Su generosidad le llevaba a preguntarse si en lo escrito por él respecto de los conocidos, mantenía dignidad y justicia. De hecho, en su obra inédita "Apuntes de la memoria", que me diera a conocer, aproxima situaciones comprometedoras de muchos, pero soslaya ... siempre el juicio enfático y aparta del todo cualquier menoscabo hacia los demás.

El segundo rasgo que se me brinda, vívido de él, corresponde a su disciplina de trabajo y a su orden de vivir. Acaso su ancestro germánico le ayudó a sostener su gran pasión hacia el quehacer del pueblo y a saber combinar, sin menoscabo de su dignidad ni de su producción, la amistad de compartir con la solvencia de sus investigaciones. Ni la bohemia ni las contrariedades le hicieron sucumbir en esterilidad inútil. De hecho, hasta muy poco antes de agravarse continuaba trabajando en nuevas obras.

Sin duda, el sentido del humor manifiesto en ocurrencias y chascarros mostraron de él otra faceta. Cierta capacidad de representar gestualmente a los demás o de resaltar aspectos de situaciones mediante unas cuantas palabras, a menudo traían la risa de sus contertulios y distendían el ambiente. Ese buen humor se lo automedicinaba y nadie o casi nadie que lo conociera, pudo restarse a la celebración de muchas ocurrencias suyas. El halago para las mujeres y la acogida fraterna para los varones fueron santo y seña de sus relaciones humanas.

Oreste sabía poner sabor en el saber, esas dos palabras tan próximas en la raíz y, sin embargo tan divorciadas muchas veces en espíritus apergaminados. Sabía de vividas y aunque no le faltara lectura, privilegiaba la observación directa, el pálpito de lo que está en la palabra, el gesto, el quehacer respaldado en el paciente trabajo de las manos y de los días.

Los casi veinte años que le conocimos mi familia y yo nos significaron un creciente motivo de admiración y afecto. En momentos muy significativos estuvo con nosotros. Por tantas ocasiones compartidas, por tanto apoyo y enseñanza me ganó, hacia él un sentimiento filial que no sé recordar sino con sólido contento y emocionada gratitud.

Cierto, el ambiente literario chileno sin él se empobrece en el fondo de cada una de las cualidades que se esbozaron aquí. Muchas veces al salir de su casa, comentamos con algunos amigos la probable ausencia suya antes de las nuestras y del hecho incontestable de que sus aportes humanísimos no tendrían relevo. Tal vez por eso, por todo eso es comprensible la porfía de la tristeza. Quizás por otras cosas deploremos también su partida. Pero son elocuentes los pasos con que nos mostrara el vigor y el amor de Chile y lo precursor que resulta, para quienes le tuvimos muy próximo, aquellos signos de una humanidad fecunda como la suya.

Se acordaba de su madre, especialmente en estos últimos meses. Sabía él que una madre verdadera es siempre amparadora, invariablemente sostenimiento indulgente en nuestra febledad. Y mientras le acompañaba en esa confirmación se fueron aplacando sus postrimerías con la serenidad del hijo que regresa.

Querido amigo, "La delantera no más nos lleva". Y, como en tantas oportunidades compartidas con usted, me sonrío mientras abrazo en memoria y gratitud.

Adiós, hasta Dios.

El mañana ha comenzado.


© SISIB - Universidad de Chile y Karen P. Müller Turina