El Santiago que se fue

Gath y Chaves

Casas de compras en Londres, París, New York y Alemania.

(Pág. 197-199)

 

El año 1910 que en Chile marca en todo sentido una revolución de aspectos sociales, en medio de la tumultuosa alegría de las fiestas centenarias de la Independencia, la Casa Gath y Chavez abre sus puertas en Santiago el 5 de septiembre de ese año. El acontecimiento produjo sensación. Es lo que fluye de una crónica publicada en "El Mercurio" el 6 de septiembre. No me resisto a la tentación de reproducir, algunos párrafos: "El mundo femenino de Santiago estaba revuelto y conmovido desde hace tiempo con la próxima apertura de Gath y Chavez, que armaba su jaula de hierro y cemento en la esquina de Estado y Huérfanos y que en los últimos días había provocado todos los apetitos, con sus artísticas vidrieras y su iluminación feérica. A las 8 de la mañana, cuando los empleados alzaron o trataron de levantar las cortinas de hierro, una multitud femenina se lanzó sobre las puertas en un ímpetu amenazador e invadió los diversos pisos del edificio. En tal forma, que hubo de venir la policía para impedir accidentes y permitir sólo la entrada de grupos discretos a medida que salían los compradores que no se cansaban de manipular objetos y de indagar precios".

Moustache, Julio Bozo Valenzuela, publicó en Ziz-Zag caricaturas alusivas al acontecimiento: cierto caballero que acudía con dos niños, en cueros. Se decía que en Gath y Chaves se podía entrar en cueros y salir vestidos de pie a cabeza. Otro "mono" consistía en dos mujeres de manto, feas y pobres. Debajo decía: Hicieron cola toda la noche y entraron... para comprar dos varas de choleta (tela de algodón que se empleaba para forrar vestidos). La dueña de casa se sentía conquistada a causa de encontrar desde la alfombra mullida a la fina seda. La sección abarrotes en el piso bajo ofrecía los comestibles. Comprar en esta sección fue una modalidad exquisita, como contaba Daniel de la Vega, "Y cuando a usted le servían un plato de fideos, le advertían con orgullo que habían sido comprados en la Casa Gath y Chaves. Y así aquí hubo una época en que se comieron los fideos respetuosamente".

La casa repartía un catálogo en provincia, en el que figuraban los trajes marineros para niños y niñitas que iban a señalar una época fotográfica y el lujo para los retratos al óleo. El traje marinero, tanto para niñas como para niños, tenía dos juegos de cuellos, lo mismo de bocamangas, su gorra y un pito. Era un orgullo estrenarlo para el 21 de mayo.(Mis tías chillanejas, estando mi madre de visita en Chile, de paso algunos meses para seguir a Bolivia, me pusieron en una escuelita, frente al fundo El Tejar de Chillán Viejo, y estimaron que el niño debía presentarse con algún número el 21 de mayo y para mayor realidad, con la celebración, se encargó a Gath y Chavez un traje marinero y se me presentó en el proscenio declamando una poesía, después de muchos ensayos y orientaciones. En mi actuación la gente empieza a reírse y yo a sentir que me estoy mojando, en medio de este mar, la tía me saca en vilo del escenario, sin dejar de recibir algunos aplausos de mis familiares. Este fue mi primer traje marinero y creo que mi iniciación literaria.)

En el invierno de 1921, en el 4º piso, inauguró los Salones del Tea Room.

No existía hasta entonces ningún sitio a la manera de este. El organizador de esta nueva sección era don Arturo Vieira, el que se basó en del Tea Room de la Casa Harrods de Buenos Aires —filial de Gath y Chaves—, para invitar a tomar té con cierta comodidad y elegancia. Don Pedro Harguindeguy, un señor vasco-francés era el que hacía gozar de una fineza. Se pensó hacer traer un buen violinista de Buenos Aires, pero por consejo del maestro Enrique Soro, director del Conservatorio Nacional de Música, se escogió al primer violín de la ópera de Santiago, cargo que desempeñaba el joven Armando Carvajal que fue director de un espléndido quinteto de cuerdas que ofreció novedosos conciertos.

Stravinsky, Manuel de Falla y Ravel fueron dados a conocer en Chile. Se establecieron los viernes de moda y el quinteto ofrecía íntegro el programa o la música de algún país o de algún autor, como interpretaciones de compositores nacionales: Alliende, Soro, Leng. Por el mes de agosto de 1922, los diarios y el público reconocen y aplauden que por primera vez se ha escuchado en Santiago un concierto de la obra del insigne Debussy. En un viaje a Chile, el ya célebre pianista Claudio Arrau, asistió a uno de los conciertos de Armando Carvajal en el Tea Room. Chiffon, tras cuyo seudónimo se ocultaba Luisa Irarrázaval de Sutil, redactora de vida social de "El Diario Ilustrado", que hizo después conocido y celebrado su seudónimo de Ivonne Claudell, describía el ambiente culto y refinado de las reuniones, y, especialmente, las tenidas de las damas.

Los aperitivos no estaban de moda. En el Tea Room sólo podía beberse oporto, jerez o champagne de marcas importadas, naturalmente. Después se inauguraron las tardes bailables, a cargo del profesor Valero. Se establecieron días para los niños, con números artísticos. Para Navidad empezó a atender Santa Claus y el Viejo Pascuero a fotografiarse con los niños, unos muertos de miedo y otros muy alegres. La librería de Gath y Chaves no ofrecía la atracción de la librería francesa, de la Casa Francesa que se encontraba en la esquina opuesta. Aquí se reunían algunos escritores. Mariano Picón Salas frecuentaba la tertulia diaria que mantenía Mariano Latorre, Ricardo Latcham, Alberto Romero, Domingo Menfil.

Y fue una víspera de Navidad de 1952, que el personal de Gath y Chaves estimó ir a una huelga, la que se sostuvo por semanas, lo que llevo a la empresa a bajar las cortinas metálicas definitivamente y cerrar la casa en Chile. Pasado el tiempo el grandioso edificio que abarcaba una parte por la calle Estado y la otra por la de Huérfanos se demolió para construir el Edificio España y crear pasajes o galerías.

 

Los sabores que se fueron de un tramo de la calle Huérfanos - En tres países con Gabriela Mistral - El Parque Cousiño, La Quinta y sus restaurantes - Gath y Chaves - Café Miraflores - Alberto Romero y sus inicios de la SECH - Epílogo


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