Folclor lingüístico chileno

REFRANERO CHILENO

¡A la cola! ¡A la cola!

(Pág. 23-24)

Cuál es el origen, el posible origen de la locución A la cola, popularizada para establecer un orden que se conoce por ponerse último en una fila. Esta se oye en los medios de transporte automotriz, como en los cines. Se pone en la cola para entrar en forma ordenada a un recinto, para establecer un pago, recibir un sueldo.

El que trae otra persona a una fiesta, reunión o comida, dice: Traigo una colita. El perdedor en una elección, Sale coleado, queda con cola. El que no cierra las puertas, tiene por costumbre dejarlas abiertas es Coludo. El retrasado, el que sigue a una persona insistentemente, Anda a la cola. Ciertos asuntos que se creen liquidados y que no están del todo, Traen cola. Hay personas que hacen más de lo ordenado o abundan del tiempo dado, se les dice que Tomaron viento de cola. Algunos fumadores consumen el cigarrillo hasta Dejar una cola, una colilla. En el habla popular Cola es el coxis y Cola es el invertido.

Los niños tienen un juego llamado Cola, que consiste en tomarse de las manos una larga fila y luego correr en curva produciendo violentas vueltas, siendo el último, el de la cola, el más zarandeado; y siempre entre los niños, al que se le coloca algo prendido en la espalda, se le señala que Tiene cola y se corea: El burrito de mi teniente, tiene cola y no la siente.

Lo cierto es que Ponerse a la cola, es colocarse al último en una fila. Hay colas de personas y colas de automóviles. A los camioneros, cuando se les solicita que lo lleven, lo alcen en los caminos, dicen Suba a la cola, que es la parte de atrás.

Esta forma y expresión no es sólo usada en Chile sino en varios países sudamericanos. En Venezuela, los viajeros pedestres solicitan a los conductores de camiones que los lleven diciéndoles ¡Déme una colita!; se refieren a un sitio en la parte posterior del vehículo. Parecería que Venezuela da el posible origen de esta locución. En las serranías andinas del Estado de Trujillo, los campesinos que ascienden a pie las cuestas empinadas se toman de la cola de un caballo montado por un jinete y se facilita la ascensión. Los serranos de Trujillo solicitan a los jinetes ¡Déme una colita! Y autorizados para asirse a la cola de la bestia, emprenden la ascensión.

Cola de mono

(Pág. 32-34)

Don Manuel Antonio Román, en su Diccionario de chilenismos y otras voces y locuciones viciosas, atribuye el nombre de Cola de mono al ponche en leche, por su color café obscuro, parecido al de la cola de un mono.

Otros informes dicen que el apelativo le vendría porque este preparado típico se colocaba y se expendía en unas botellas en que venía de España el acreditado Anís del Mono, cuya etiqueta destacaba a un simio con su larga cauda. Botellas que fueron muy populares en América y que les dio un auge comercial a los fabricantes, los cuales un día tuvieron que enfrentarse con un imitador o engañador. Apareció otro Anís del Mono, pero la etiqueta tenía una variante: el mono, en vez de estar a la derecha, estaba a la izquierda, lo que dio motivo a un curioso juicio en España.

En Chile, otro competidor lanzó un Anís del chancho. Cualquiera semejanza, como en las películas, sería una simple coincidencia...

Volviendo al nombre del clásico preparado, estaría unido a una campaña presidencial, a la lucha por alcanzar la Primera Magistratura de la Nación, entre don Germán Riesco y don Pedro Montt (1901). Derrotado Montt, los vencedores habrían festejado el triunfo de su candidato. El local en que se celebró la victoria de Riesco y la cola de Montt habría sido una fábrica de helados que estaba en la calle San Pablo, a cuyo fabricante se le ocurrió colocarle aguardiente a los helados de café con leche ya derretidos. Y esta combinación, que era solicitada como especialidad de la casa y que no tenía nombre, que estaba sin bautizo, mora, se habría unido a la derrota eleccionaria, a la Cola de Montt.

Consumiendo este brebaje de color obscuro y asociando el moreno caldo con el rostro de Pedro Montt, sus íntimos lo llamaban el Mono Montt, convinieron en darle por aquello de coleado el nombre de Cola de Montt, que pronto la picardía y malicia del pueblo chileno transformó en Cola de Mo...no.

Pero cuando se estaba conforme con estas versiones aparece B. Torres Vergara y cuenta que por el lado de la Plaza de San Isidro, tenía su acogedora casa doña Filomena Cortés viuda de Bascuñán, acompañada de sus cuatro hijas que mantenían una soltería que intrigaba. Doña Filo tenía por notoria actividad la de preparar espléndidas cenas a notables caballeros de la sociedad capitalina. A más sus hijas cantaban y tocaban el arpa y la guitarra como Dios manda.

Una noche de invierno, unos íntimos amigos del Presidente Montt (1906-1910) lo invitaron a comer a la casa de nuestra referencia. Demás está decir que cena y velada resultaron a pedir de boca, menos el tiempo, a eso de la una de la madrugada, comenzó a llover torrencialmente. En tal circunstancia don Pedro Montt expresó sus deseos de retirarse y pidió se le entregara el revólver que había dado a guardar a uno de sus amigos.

Ninguno deseaba que se retirara su Excelencia con tan tremenda lluvia. Por otra parte nadie recordaba dónde se había puesto el revólver. (Pretexto para seguir la fiesta con el Presidente).

Don Pedro accedió a quedarse, pero los vinos y licores se habían terminado y alguien descubrió una enorme jarra con café con leche. Si hubiera un poco de aguardiente. Sí, señor, hay bastante aguardiente. Y se combinó con el agregado de azúcar. Resultó agradable. Había que bautizarlo y lo llamaron Colt de Montt porque había nacido gracias a que el Presidente no se fue por haberle escondido su revólver Colt del 7, y el Colt de Montt (ocultando el origen del nombre) comenzó a ser preparado en muchos hogares santiaguinos.

Después salió al pueblo y ocurrió que el Colt de Montt, por efectos o defectos de la pronunciación, fue llamado Col’e mon o Col e Mono para terminar con el actual Cola de Mono.

Don Eugenio Pereira Salas en Apuntes para la historia de la cocina chilena, da por creadora de la bebida a doña Juana Flores, que hasta hace algunos años tuviera la venta del Cola de Mono en San Diego, a la altura de la Plaza Almagro.

Sin embargo, un viejo santiaguino cree que el creador de la fórmula fue el marido o socio de la señora Juana Flores, quien nunca llamó a este licor Cola de Mono, sino Colemono y se enojaba mucho, motejando de ignorantes a los que lo llamaban Cola de Mono y no Colemono, como él lo había bautizado.

 

Hacer San Lunes

(Pág. 59-63)

San Lunes es uno de los Santos que tienen una devoción antigua y sostenida en muchos países. Pertenece al santoral popular de Europa como de Hispanoamérica. Sus feligreses comienzan a beber el sábado, siguen el domingo y el lunes no asisten en todo el día al trabajo, bajo la advocación de San Lunes.

En España, Andalucía, el lunes es el gran día de los zapateros, porque lo es de San Crispín, abogado de ellos. Durante el día no dejan de acariciar las copas y los medios que les dan en las tabernas, mediante el gasto de los ahorros de una semana.

En Francia se rinde culto a San Lunes, muy en especial por los zapateros. En uno de los Noels au patois de Besançon, que data de 1707, un zapatero que había ido con otros obreros a rendir homenaje al Niño Jesús, dice que, para honrarlo, celebrará en adelante el lunes.

En Flandes occidental, se dice que los zapateros solemnizan todos los lunes del año.

En Inglaterra llaman a veces a este día Saint Monday (San Lunes) o Cobler’s Monday (Lunes de los zapateros).

En América, esta veneración es transporte seguramente de la Conquista hispánica. En la Argentina, Bolivia, Ecuador y México, el día lunes, lo ocupa el pueblo que ha propagado su devoción.

En Chile(1), si no es el Santo de los zapateros, muchos no atienden los lunes, de ahí esta letrilla.

Zapatero
tira cuero,
toma chicha
y embustero.

¿De quiénes se heredó esta unción en Chile? Este Santo tiene aquí una adoración mantenida en el tiempo. Se sabe que los peones de la terrible Quintrala le hacían la falla. Y se decía: "los indios son de calidad que no oyen la misa del domingo porque los sábados a la noche cogen el tamborcillo y el martes no han venido a casa".

El Mariscal de Campo don Joaquín del Pino y Rozas, en 1799, en un bando de buen Gobierno prohibía la fiesta de San Lunes.

En la construcción del Puente de Cal y Canto, los Sanluneros eran acollarados como novillos chúcaros y llevados a la obra que dirigía el Corregidor Zañartu (Luis Manuel).

Y en tiempos de la Colonia corrían estos versitos:

Lunes y martes,
fiestas muy grandes;
miércoles y jueves,
fiestas solemnes,
viernes y sábado,
las mayores de todo el año.

Por allá por el año 1831, la Academia Militar, que se componía de ochenta cadetes, hacía sus ejercicios los lunes por la tarde en la Alameda de la Cañada. A los tenderos les era prohibido abrir sus tiendas ese día hasta después de la revista y, por consiguiente, se le dio el nombre de San Lunes.

Vicente Pérez Rosales, en el Diccionario de entrometido, 1946, escribe: "El borracho abonado a los San Lunes se orea en un calabozo, y el consuetudinario, si hay un millón de por medio, en su palacio".

San Lunes es fiesta y costumbre del pueblo chileno. Se dice que si se trabaja el día lunes, Santa Elena se enoja y todo sale mal.

Y este es un dicho muy corriente: Hoy es lunes, Santa Elena, quien trabaja se condena.

Y los bebedores lo reafirman con este refrán: Elena, Elena, quien no toma, se condena.

Y el roto San Lunero tiene logas y versos como éstos:

Los Gastadores del poeta popular Bernardino Guajardo

Yo trabajo la semana
y el domingo me lo tomo,
el lunes tomo a mi gusto
y el martes le pongo el hombro.

A una fiesta popular
un roto a otro convidó.
A una fonda a oír cantar
el par de rotos entró.

Uno de ellos preguntó:
—¿Qué vale la damajuana?
Hasta que quite las ganas
esta noche he de beber,
porque para remoler
yo trabajo mi semana.

La dueña d’esta chingana
era un’india cabezona
retaca, fea y chascona
que la llamaban la Rana.
Uno de los dos exclama:
—Tres días ha que no como;
deme un pedazo de lomo,
mire qu’el hambre me mata;
el sábado tengo plata
y el domingo me la tomo.

La casera, presurosa,
le ofreció lo que pidiera;
licor, todo el que quisiera
le serviría gustosa.

Esta acción tan generosa
llenó a los rotos de asombro,
y uno de los dos que nombro
le dijo a prueba de susto;
— El lunes tomo a mi gusto
y el martes le pongo el hombro.

Después de beber un trago
pidieron con una ficha
(2)
arroba y media de chicha
y una cazuela de pavo.
No pagaron ni un centavo,
quebraron hasta las ollas;
usaron d’esta tramoya
los pillos y se fueron,
y la casera dijeron:
Anda, que te pague Moya.

 

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© SISIB - Universidad de Chile y Karen P. Müller Turina